Los okupas de Internet

por Rodrigo Velasco Alessandri.

(publicado en el diario Pulso, 17 julio 2012)

More Sharing ServicesApreciado amigo, mi nombre es Rami Gutkan, único heredero de la familia real de Ndongo y necesito ayuda urgente para transferir a su cuenta corriente la suma de US$5 millones”. Cuesta imaginar que algún incauto internauta pudiese caer, a estas alturas, en una trampa tan obvia como la de este ya tradicional “spam”, seguramente viralizado en la red para compilar ilegalmente datos personales y cuentas corrientes de inocentes que pensaron que un mail cambiaría sus vidas cual varita mágica de un hada madrina digital. Pero lo cierto es que hablar hoy de internauta no difiere mucho de hablar de la Señora Juanita. Es como decir telespectador, usuario, ciudadano: con los crecientes niveles de conectividad que tenemos, hablamos de internautas para referirnos a niños, empresarios, abuelas, obreros, ejecutivos, adolescentes, dueñas de casa. Gente de los más diversos orígenes y realidades.

No es de extrañar entonces que nuevas y sofisticadas estafas afecten a muchas más personas que el supuesto príncipe africano. Encabezan la lista los bancos, con casos recientes y notorios de clientes que, seguros de cumplir con un trámite, enviaron claves, cuentas y números de tarjetas bancarias en respuesta a un mail fraudulento. Líneas aéreas advirtiendo de falsos “ofertones” de paquetes turísticos que algún genio echó a andar, con muy reales dominios, apariencia y logos corporativos. Y suma y sigue. El propio NIC Chile -entidad registradora de dominios .cl- anunció que circulaban ofertas engañosas de dominios a mitad de precio, obviamente previa transferencia electrónica al timador de turno. La estafa más común en estos días, dirigida a nivel corporativo, viene de China. Aprovechando el creciente intercambio con ese país, un elegante correo propio de una seria empresa tecnológica, dirigido al presidente o CEO de la compañía, advierte de modo urgente que la marca o nombre de su empresa está siendo registrado por otra sociedad en varias categorías de dominios asiáticos, China y Hong Kong a la cabeza. El oficioso aviso ofrece al supuesto afectado detener de inmediato este peligro, impugnando la inscripción y registrando a su propio nombre los dominios en cuestión. El ardid implica no sólo que no existe el supuesto tercero que solicitó las inscripciones, sino que además el precio que se le cobra a la víctima por el “servicio” duplica o incluso triplica el valor real de registrar dichos dominios con las entidades registradoras autorizadas. Sin duda más sofisticada que la historia del tesoro africano, pero estafa al fin. Si bien las estafas bancarias y corporativas suelen ser perseguidas a nivel policial o judicial, el llamado cybersquatting goza de una preocupante impunidad. Esta extendida forma de engaño deriva del inglés squatting, que es el acto de ocupación de un terreno o edificio sin contar con ninguna clase de derecho o título legal. En Chile, hablaríamos de un okupa. Así, con k. Y consiste en el registro u ocupación ilegal de nombres dominios de marcas, personas o instituciones a las que se pretende extorsionar para que paguen por recuperarlos.

Pero no nos confundamos. Los okupas digitales no viven en un edificio abandonado, no pasan frío ni reivindican ideas antisistema con rayados, peinados punk o actos artísticos. Muy por el contrario, desde la comodidad de su computador se dedican a especular registrando nombres o marcas de sus potenciales víctimas: cualquier persona seria que, para evitar el mal uso de ese dominio, pueda ser forzada a pagar por recuperarlo. El okupa digital es generalmente un informático o computín aficionado, que maneja con soltura los códigos y trámites de registro en línea. Su modus operandi es bastante simple: cualquier nombre famoso disponible, o combinación del mismo, representa una oportunidad. Elegida la víctima hay un par de opciones: sentarse a esperar que se acerque a negociar, o levantar una página web como fachada, que dirija a cualquier contenido que sea suficiente “motivación” para que la víctima pague caro por sacarlo de Internet cuanto antes. Puede ser un portal que redirija a sus competidores, un sitio denigratorio, un link a la persona o tendencia que implique algo contrario de lo que promueve el dueño del nombre. Si la cara de palo es mayor, la guinda es agregar un letrero que diga “dominio en venta”. Dinero fácil, sin duda. Y nadie está a salvo. A la reciente polémica por el burdo squatting de dominios de candidatos presidenciales, se suman parlamentarios, partidos, artistas, celebridades, marcas y empresas de todo tipo. La banda Chancho en Piedra, por ejemplo, al intentar renovar su dominio se encontró con la desagradable sorpresa: usando sistemas automatizados registraron su dominio en milésimas después del vencimiento, a nombre de una empresa con rimbombante nombre gringo y domicilio en Las Condes: “Dominio en Venta”, dice hasta hoy. El precio, varios miles de dólares. Más allá del arbitraje ante NIC Chile, al constatar que se trataba de una estafa sistemática y habitual de la misma persona, los músicos llevaron denunciaron al extorsionador al Ministerio Público por estafa e infracción de marca, entre otros delitos. Junto con el necesario y anunciado perfeccionamiento de las normas de NIC Chile, que al igual que el sistema de marcas obliga a las víctimas a asumir los costos de recuperar lo propio (mientras la apuesta máxima del okupa digital son 20 mil pesos), es fundamental que en casos de evidente y sistematizada estafa o extorsión sea la justicia penal quien se involucre, más allá de la concientización social acerca de estos ilícitos. El cybersquatting no es un negocio. Es una estafa.

*El autor es abogado Universidad de Chile y profesor de propiedad intelectual y nuevas tecnologías (@velascodechile.cl).